- Precalienta el horno a 180°C (350°F). Mientras se calienta, prepara una bandeja para hornear: engrásala ligeramente con mantequilla o, si prefieres, cúbrela con papel pergamino para evitar que las galletas se peguen.
- Bate la mantequilla en un bol grande, utilizando una batidora o un tenedor, hasta que esté suave y cremosa. Este paso es importante, ya que ayudará a darle una textura ligera a las galletas. Añade la leche condensada poco a poco, sin dejar de mezclar, hasta obtener una masa homogénea y suave. La leche condensada aportará una dulzura especial y una textura irresistible.
- Agrega el huevo a la mezcla de mantequilla y leche condensada. Si te gusta el toque de la vainilla, añade también la esencia en este momento. Bate bien hasta que el huevo esté completamente incorporado. La mezcla debería volverse más cremosa y con un color más claro.
- Tamiza la harina, el polvo de hornear y la sal juntos en un recipiente aparte. Este paso ayuda a eliminar posibles grumos en la harina y garantiza una mejor distribución del polvo de hornear, para que las galletas crezcan de manera uniforme. Incorpora estos ingredientes secos a la mezcla líquida poco a poco, removiendo con una espátula o cuchara de madera. Mezcla con movimientos envolventes hasta que consigas una masa suave y sin grumos. Si notas que la masa está un poco pegajosa, puedes añadir una o dos cucharadas adicionales de harina, pero no te excedas para que las galletas no pierdan su textura esponjosa.
- Forma las galletas con la masa obtenida. Toma porciones pequeñas (aproximadamente del tamaño de una nuez) y forma bolitas con las manos. Coloca cada bolita sobre la bandeja para hornear, dejando un poco de espacio entre ellas para que no se peguen al crecer en el horno. Aplástalas ligeramente con un tenedor, dándoles una forma más plana y decorativa. Puedes crear un diseño cruzado presionando dos veces en direcciones perpendiculares.
- Hornea las galletas en el horno precalentado durante unos 10-12 minutos, o hasta que los bordes se vean ligeramente dorados. Es importante no sobrecocerlas, ya que la idea es que las galletas queden blanditas por dentro. Cuando las saques del horno, estarán algo suaves, pero se endurecerán al enfriarse.
- Deja enfriar las galletas en la bandeja durante unos minutos antes de transferirlas a una rejilla. Esto evitará que se rompan mientras están calientes. Una vez en la rejilla, déjalas enfriar completamente para que adquieran su textura definitiva.
¡Y listo! Ahora puedes disfrutar de estas deliciosas galletas de leche condensada que se deshacen en la boca. Son perfectas para compartir con amigos, regalar o simplemente darte un gusto. ¡Seguro que no durarán mucho en el plato!
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